"Children must learn, often the hard way. But that never in a million years means letting them get hit by a car so they can learn not to cross the road without looking. People must know struggle, so they feel they have earned and learned what matters. But that never in a million years means letting them be tortured or raped or wracked with debilitating disease so they can appreciate being healthy or living in peace. (Richard Carrier – Why I’m not a Christian)"
¿Qué se le responde a un hijo cuando nos pregunta si se va a
morir algún día? Si suprimimos la fe, ¿qué nos queda?
Si Dios es nuestro Padre y quiere llegar a nosotros,
¿cómo es posible que sea tan complicado interpretar su voluntad?
¿Por qué es la palabra de Dios
tan confusa y equívoca que hace que existan miles de religiones y sectas cada una con una interpretación diferente que reclaman como la verdadera?
Dios, en definitiva, es el padre que abandona al hijo a su suerte en una habitación a oscuras. ¿Qué hace el niño?
En primer lugar intenta tomar conciencia de su situación y de las alternativas posibles, al tiempo que llama a sus padres para que vayan en su busca y, al rato de no recibir respuesta alguna, intenta buscar a tientas, desesperanzado, con un profundo sentimiento de abandono y de injusticia, una ventana, una puerta, un interruptor...
Y si Dios no sufre por nuestras desgracias, ¿por qué ha de importarle la represión sexual que se imponen a sí mismas algunas
personas con el propósito espurio de no ofenderle?
Eso sin entrar a decir nada
sobre el crimen que se comete impunemente en los grupos sociales en los que se
practica la ablación del clítoris, la circuncisión y otras aberraciones
inhumanas y torturas horribles.
Nuestro ego y nuestro
instinto de supervivencia son el mayor obstáculo para aceptar una existencia
intrascendente.
Por un lado, nuestro ego
nos induce a rechazar los argumentos en contra de la existencia de Dios dado que,
aceptándolos, cuestionamos directamente nuestra concepción de la existencia
humana, del propósito de nuestras vidas y de nosotros mismos como seres
humanos. Hemos de hacernos humildes como paso previo a poder entender.
Por otro,
nuestro instinto de supervivencia es la mayor barrera mental que nos imponemos
ante las dudas que incita nuestra curiosidad por entender el mundo que nos
rodea. El ser humano es la única criatura (conocida) que vive consciente de que
algún día dejará de existir como entidad física corpórea.
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