lunes, 2 de diciembre de 2013

La oración de petición es una opción de último recurso.

 
"It is only by the exercise of reason, that man can discover God. Take away that reason, and he would be incapable of understanding anything" (Thomas Paine - The Age of Reason)



La oración de petición es una opción de último recurso. La Iglesia católica reconoce a San Judas Tadeo como patrón de las causas imposibles. A él como intercesor recurre la gente cuando se encuentra en un estado desesperado, quizá al sufrir una enfermedad terminal, o la ruina económica, o una depresión grave causada por la pérdida de un familiar.
En definitiva, le estamos pidiendo que interceda para que tenga lugar un milagro. Pero ¿cómo nos sentiremos al comprobar que hemos conseguido lo que hemos pedido? Nuestra Fe en Dios se convertiría en certeza de su existencia. Y aunque nos quedasen algunas dudas sobre cuestiones de forma, lo cierto es que nos sería muy difícil hacer caso omiso de lo ocurrido. Nos sentiríamos obligados a corresponder con la gracia obtenida, la curación completa y sin secuelas de esa enfermedad terminal, la recuperación de nuestra economía, la superación de la tristeza.
¿Cómo podemos los humanos corresponder a Dios? Para el ser humano es imposible devolver favor por favor en la misma cuantía. ¿Es admisible que correspondamos en proporción a nuestras fuerzas? ¿O nos habremos creado una servidumbre eterna que nos obligará a rendir nuestra libertad a cada momento asumiendo, claro, que nos hacemos merecedores de la gracia recibida? Por el contrario ¿podríamos ser tan ingratos como para olvidarnos del tema y seguir con nuestras vidas como si nada?
Volviendo por un momento a la cuestión moral, a esa fuerza que impulsa al ser humano a no autodestruirse, a respetar unas reglas de organización social, la respuesta, en mi opinión, es clara. Baste decir que hay muchos de nosotros a quienes no nos agrada en absoluto la “lucha por la supervivencia”, a quienes no nos mueve el ansia de poseer riquezas a costa de atropellar a otras personas. Siendo tantos los que deseamos vivir en paz con nuestros semejantes no es de extrañar que, durante siglos, esa resistencia se haya ido abriendo paso frente a la brutalidad consustancial al ser humano.
Los que así pensamos hacemos todo lo posible porque nuestra descendencia preserve los mismos valores, un sentido cívico, racionalidad en nuestras relaciones sociales, en definitiva, no causar a los demás ningún mal que no deseamos sufrir nosotros. Desde dejar una nota con nuestros datos en el parabrisas del coche que hemos abollado, hasta la no proliferación de las armas nucleares en el caso más extremo. Hasta ahora los pacíficos somos más, tanto en número como en capacidad de influir en las conductas de las minorías destructivas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario