lunes, 25 de noviembre de 2013

Luis Alfredo Garavito Cubillos.

“In his book, Emotional Intelligence, Daniel Goleman describes a young man missing his amygdala – a part of the mid-brain of animals required to process fear responses – who, though capable of conversation, withdrew by himself, showed no interest in his relatives, and remained impassive in face of their anguish at his indifference. Without an amygdala he seemed to have lost all recognition of feeling, as well as any feeling about feelings.”


El 22 de abril de 1999 es una fecha célebre. Se preguntarán por qué. Muchas personas en España nunca han oído hablar de Luis Alfredo Garavito Cubillos, nacido en Colombia en 1957. Voy a evitar extenderme en los detalles dado que se trata de un caso que revolvería el estómago al más endurecido. Ese día de 1999 este sujeto pudo ser finalmente capturado por la policía.  Ya en juicio confesó haber violado y asesinado al menos a 149 niños de edades comprendidas entre los ocho y los dieciséis años en unas 59 ciudades colombianas. La mayoría de los cuerpos mostraban también signos de haber sido mutilados y torturados hasta el extremo. Eventualmente el número de niños asesinados podría acercarse a los trescientos. Según declaró, Garavito habría sufrido abuso físico, emocional y sexual a manos de su padre.
Este caso plantea varias interesantes cuestiones de fe.

En primer lugar, por menor que pueda parecer, surge la pregunta de si Garavito se podría ver dispensado de cumplir con el Cuarto Mandamiento “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Según el Catecismo, “Dios quiso que después de Él honrásemos a nuestros padres, a los que debemos la vida, y que nos han transmitido el conocimiento de Dios”.

En segundo lugar, la gran mayoría de los niños a los que torturó, mutiló y asesinó eran niños perdidos, mendigos o abandonados. La misma duda con respecto al Cuarto se extiende a todos ellos con respecto a sus respectivos progenitores y a todos los cientos de miles de nonatos a quienes sus padres ofrecen cada año en el sacrificio del aborto.
En tercer lugar, al igual que hacen las vacas con la cola para espantar las moscas, muchos elegimos instintivamente limpiar nuestras conciencias pensando que, en definitiva, se trata de un tarado, de un enfermo mental que merece el peor de los castigos, tanto aquí como en el Más Allá, sin que ningún grado de arrepentimiento nos parezca bastante para su expiación. Ninguna clase de penitencia podrá nunca redimir a este sujeto. Y, por sorprendente que nos parezca, ante tales atrocidades, el ser humano muestra algo más de misericordia que el mismo Dios cuando, no tratándose siquiera de nuestro hijo a quien hemos creado a nuestra imagen y semejanza, convenimos en que su alteración mental le impide ser dueño de sus actos, por lo que pasará años recluido en una institución donde recibirá alimento y techo durante el resto de su vida, a costa de los impuestos de todos los demás.
 
¿Es racional creer que nos condenaremos por toda la eternidad y, tal y como relató Santa Faustina, nuestras almas arderán en el infierno sin posibilidad de expiación? ¿Qué clase de “pecado” justifica tal penitencia? Los teólogos responden: nuestra condena eterna nos la autoimponemos cuando rechazamos a Dios.

En cuarto lugar, ¿por qué los católicos tendemos a quitar su importancia al dolor humano? En el mejor de los casos buscamos una justificación racional, que puede ir desde creer que se trata de un castigo por nuestros pecados, hasta pensar que pueda servir como ofrenda a Dios a cambio de todo tipo de contrapartidas: por la salvación de las almas del purgatorio, por la paz en el mundo, por las intenciones del Papa, por la salud de nuestra familia. 
Aun siendo consciente de que esto escandalizará a algunas almas pías, la verdad inexcusable es que el padecimiento de Jesucristo en su calvario y crucifixión difícilmente pudo ser peor que el que tuvieron que sufrir todos aquellos inocentes que fueron torturados, violados y descuartizados por Garavito. En general tendemos a despreciar los padecimientos inenarrables que experimentamos los seres humanos a través de los siglos. Mientras no nos toque a nosotros, el dolor pasa desapercibido. 

En quinto lugar, Garavito era un pederasta con tendencias homosexuales a quien su trastorno psiquiátrico impedía comportarse como un ser humano “racional”. Quizá ese trastorno le impedía apreciar el alcance y las consecuencias de sus actos, ni el daño físico y el sufrimiento emocional que causaba a sus víctimas. Quizá Garavito no era capaz de sentir ningún grado de compasión.

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