“But, thanks again to language and culture, human beings often behave with a stupidity, a lack of realism, a total inappropriateness, of which animals are incapable.” (A. Huxley)
La
hipocresía del ser humano no conoce límites. Es más, hemos sido hipócritas
durante tanto tiempo que ya ni nos damos cuenta. Es una cualidad que podríamos
asumir como innata. Pero debemos apartar a un lado la hipocresía y plantear las
cuestiones abiertamente, con el respeto debido, pero sin miedo de ofender a
nadie. Nuestra concepción cristiana de la idea de Dios nos impide cuestionar su
existencia como un observador imparcial, dado que la misma duda implica ya
falta de Fe.
¿Cómo va a ser posible que
renunciemos a nuestra naturaleza? ¿Qué sentido tiene anular un sentimiento?,
¿reprimir un deseo?, ¿cancelarse a sí mismo? Evidente, responderemos. Es la forma
que tenemos de poder mantener un estado civilizado. Si no fuéramos capaces de
reprimir un deseo, una tendencia atávica, la civilización nunca habría podido
avanzar, es más, reinaría la anarquía. Quizá la civilización se habría
extinguido hace varios miles de años y, sin embargo, cuántas otras especies no
racionales siguen deambulando sobre la superficie de la Tierra junto a
nosotros.
La respuesta es que, ante la
expectativa de ser castigados, nosotros mismos nos ocupamos de autorregular
nuestros comportamientos. Cuando la amenaza del castigo deja de ser evidente,
por ejemplo, durante una guerra, el ser humano es capaz de las mayores
fechorías, de los crímenes más aberrantes, de matar a otros miembros de su
especie y encontrar placer en ello. Y esto nadie lo puede negar. Otra cosa
distinta es que nuestra gran hipocresía nos impida ver la realidad.
El ser humano tiene la
capacidad doble tanto de adaptarse al medio en que vive, como de transformar este medio para cubrir sus necesidades existenciales. Cultivar cosechas, talar árboles,
construir refugios, manufacturar ropa de abrigo, resistir la enfermedad...en mayor o menor medida.
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