martes, 5 de abril de 2016

Defenestrar a Dios




El sufrimiento humano pierde su importancia desde el momento en que uno renuncia a sí mismo...

Pero la renuncia a uno mismo va en contra del instinto de supervivencia y de preservación de la especie.

Pongamos por ejemplo que te diagnostican un cáncer terminal. Instintivamente, desde ese mismo momento, es inevitable contemplar la realidad desde un punto de vista completamente nuevo, el punto de vista de alguien que ya no habita entre los vivos. Llegado ese momento, si te ofrecen la posibilidad de someterte a un tratamiento cuyos efectos secundarios son desagradables, nuestro instinto de supervivencia nos impulsa a aceptar el trance y someternos al mismo, en la esperanza de sanar, aún soportando tales efectos desagradables.

En lugar de mandar a su único hijo para redimir los pecados inexistentes de los hombres, pienso que habría sido más coherente por parte de Dios permitir que cada ser humano pudiera visitarle llevando un pequeño punzón consigo, con idea de poder clavárselo en aquellas zonas del cuerpo donde cada cual siente dolores: una cadera, un pie, el cuello, las ingles, el pecho, etc.

También debería Dios permitir que pudiéramos perturbarle el sueño todas las noches, de forma que se le hiciera complicado conseguir una sola noche de sueño reparador.

Más aún, debería Dios tener la obligación de levantarse al alba todos los días para ir a trabajar en una actividad para la que precise estar muy atento a fin de evitar errores que amenacen su puesto de trabajo y por consiguiente, la manutención y el bienestar de su familia.

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